Taller sobre Nuevas formas de solidaridad, Ciudad del Vaticano
Santo Padre, Ministros, distinguidos invitados, es un verdadero honor para mí estar hoy aquí con ustedes. Quisiera agradecer a la Pontificia Academia de Ciencias Sociales por haberme invitado a este importante taller. En los debates que hemos mantenido hasta el momento, hemos profundizado en algunos de los temas más urgentes de nuestro tiempo; ahora estamos pasando del análisis a la reflexión sobre el camino a seguir.
Así pues, la pregunta que hay que plantearse es la siguiente: ¿Cuáles son las nuevas prioridades para la economía mundial? Permítanme responder brevemente. En palabras del Papa Francisco, «la primera tarea es poner la economía al servicio de los pueblos».
Se trata de una hermosa descripción del mundo que queremos. Y es el mundo que necesitamos para hacer frente a los desafíos del siglo XXI.
También habla del objetivo fundamental del liderazgo en los sectores público y privado. En el mundo que necesitamos, todos estamos llamados a ser «ministros» en el sentido original de la palabra; servir, no a nosotros mismos, sino a los demás con una mentalidad abierta y un buen corazón.
Lo bueno es que podemos partir de los avances realizados. La integración y la cooperación mundial, los increíbles avances tecnológicos y –desde luego– las muchas políticas económicas adecuadas han transformado nuestro mundo. En las últimas tres décadas, la mortalidad infantil se ha reducido a la mitad y más de mil millones de personas han logrado abandonar la situación de pobreza extrema [i].
Estos logros son extraordinarios, sin precedentes en todo el período de la historia de la humanidad. Esta economía –la economía que ahora tenemos– puede ser una importante fuente de esperanza, un rayo de luz.
Y, sin embargo, esta misma economía ha proyectado sombras oscuras. Pensemos en la excesiva desigualdad: desde 1980, el 1% más rico de la población a escala mundial ha capturado el doble de beneficios del crecimiento que el 50% inferior.
Pensemos en que muchas economías en desarrollo ya no están reduciendo la distancia con los países de alto ingreso: en lugar de cerrar la brecha de los niveles de vida, se están quedando ahora atrás. Y, por encima de todo, pensemos en cómo la estructura económica actual daña nuestro medio ambiente.
No resultan sorprendentes, por tanto, los resultados de una reciente encuesta global, en la que más de la mitad de los participantes afirman que el capitalismo causa más perjuicios que beneficios [ii]. Las implicaciones son alarmantes: desde la disminución de la confianza en las instituciones tradicionales hasta el aumento de la polarización política y las tensiones sociales.
Así pues, ¿cómo podemos despejar estas sombras oscuras y aportar más luz? ¿Cómo podemos contribuir a crear una economía que esté al servicio de los pueblos?
Me gustaría destacar tres ámbitos de acción: i) crecimiento inclusivo: ayudar a los países a promover una cultura de solidaridad; ii) integración: fomentar una globalización de esperanza; y iii) acción por el clima: cuidar de nuestra casa común.
1. Una cultura de solidaridad
Permítanme comenzar por el crecimiento inclusivo. En este tema me gustaría centrarme en América Latina, que es el hogar de muchos de ustedes presentes en esta sala.
Esta región ha logrado avances significativos en la reducción de la desigualdad excesiva. Y, aun así, el reciente aumento del malestar social en algunos países nos recuerda que todos los países pueden hacer más.
No es coincidencia que el descontento haya surgido en lugares en los que la brecha entre ricos y pobres es demasiado amplia, y donde el crecimiento es demasiado bajo como para proporcionar mejores oportunidades a quienes más lo necesitan. De hecho, muchos de los que se consideran «clase media» viven con el creciente temor de que los beneficios podrían revertirse, de que podrían volver a caer en la pobreza.
Para hacer frente a estos desafíos, los países latinoamericanos tendrán que promover una cultura de solidaridad más fuerte, una cultura que reconstruya la confianza y reconozca la dignidad que acompaña al empleo de calidad, los servicios públicos fiables y redes de protección más sólidas.
La mejor manera de fomentar la solidaridad es reducir ladesigualdad de oportunidades. Esto significa invertir en las personas; no solo dedicar más recursos a las escuelas y a la capacitación, sino también mejorar la calidad de la educación y el acceso a la educación a lo largo de toda la vida y a la adquisición de nuevas capacidades. No solo ampliar los programas sociales, sino asignar el gasto de manera más eficaz para llegar a los más vulnerables.
Estas políticas ayudan a reducir la desigualdad de oportunidades, lo que a su vez es esencial para reducir la desigualdad de ingresos. Las investigaciones del FMI han demostrado que una menor desigualdad de ingresos se asocia con un crecimiento más fuerte y sostenible.
Pero ¿ cómo pueden los países latinoamericanos aumentar su gasto social y las inversiones en infraestructuras vitales cuando la mayoría de ellos cuentan con un limitado margen en sus presupuestos?
Para empezar, existe margen para impulsar la eficiencia del gasto, y existe margen para generar mayores ingresos públicos a mediano plazo. El FMI participa activamente en este tema mediante las actividades de fortalecimiento de las capacidades, y apoya a sus miembros para que «recauden más y gasten mejor».
El objetivo es garantizar que las políticas sean fructíferas para la gente. Y esta es la razón por la que el FMI ha puesto más énfasis en los temas de gasto social, y estamos haciendo más hincapié en ayudar a los grupos vulnerables en el marco de los programas de reformas respaldados por el FMI.
Por supuesto, redoblar las medidas de reforma económica es fundamental para la inclusión y el crecimiento. Para muchos países latinoamericanos, esto significa abordar la concentración de mercado que limita la creación de empleos y perjudica a los pobres con precios más altos.
Significa reducir las discriminaciones en el mercado laboral para empoderar a las mujeres. Y significa ampliar el acceso financiero a los hogares de bajos ingresos y a la pequeña empresa, entre otras cosas mediante un sector de tecnología financiera bien gestionado [iii].
Por encima de todo, existe margen para reforzar la lucha contra el mal de la corrupción. Sabemos que la corrupción obstaculiza el crecimiento y mina los fundamentos económicos y sociales; alimenta un descontento creciente, sobre todo entre los jóvenes.
Un problema relacionado es el masivo alcance de la elusión fiscal y la evasión fiscal. A escala mundial, se estima que la riqueza mantenida en centros financieros «offshore» es de USD 7 billones; es decir, 8% del PIB mundial: una proporción importante de esta riqueza probablemente proviene de actividades ilícitas [iv].
Estos problemas no están presentes solo en América Latina: nos afectan a todos. Por esta razón, el FMI brinda asistencia a sus miembros en la lucha contra el lavado de dinero. Y trabajamos con nuestros socios para cerrar los vacíos en la tributación internacional.
Nuestros análisis muestran que los países no miembros de la OCDE perdieron aproximadamente USD 200.000 millones anuales debido a que las empresas pueden trasladar sus beneficios a lugares de baja tributación [v].
Estos ingresos perdidos hacen que sea incluso más difícil que las economías frágiles y los países de bajo ingreso aumenten el crecimiento y el empleo, y que cumplan los Objetivos de Desarrollo Sostenible para mejorar el bienestar de los ciudadanos de estos países.
Obviamente, aunque los esfuerzos por impulsar el crecimiento inclusivo deben comenzar en casa, no pueden terminar ahí. Necesitamos también una cultura mundial de solidaridad.
2. Una globalización de esperanza
Esto me lleva al segundo ámbito prioritario: fomentar una globalización de esperanza. ¿Qué quiero decir con esto?
Recordemos que la desigualdad de ingresos entre países ha disminuido drásticamente, gracias al auge de los mercados emergentes, como China e India [vi]. Al mismo tiempo, la desigualdad de ingresos dentro de los países ha aumentado en general, lo que ha dado lugar en algunos casos a lo que llamaría “la atonía posterior a la globalización”.
Esta “atonía” se ha visto intensificada por las preocupantes implicaciones de las tensiones comerciales. Y ahora estamos preocupados por el impacto de la infección por coronavirus; el brote no solo ha provocado la trágica pérdida de vidas, sino que también ha acentuado la fragilidad de la integración mundial.
Naturalmente, estamos pendientes de los últimos acontecimientos, pero también tenemos la sensación de que se han puesto en marcha cambios más profundos.
En lo que respecta al comercio, observamos los albores de una nueva era. Un mundo en el que el flujo de datos es más importante que el comercio físico y en el que los servicios son el principal factor impulsor del comercio mundial. ¿Quién se beneficiaría de ello?
Sin duda las economías avanzadas, porque son competitivas a escala mundial en muchos sectores de servicios, en especial el financiero, el jurídico y el de consultoría. Pero también economías en desarrollo como Colombia, Ghana y Filipinas, porque están fomentando el crecimiento de industrias como las comunicaciones y los servicios a empresas.
Estas transiciones podrían reimpulsar el comercio mundial. Podrían contribuir a que el comercio desempeñe una función esencial en el fomento de la productividad y el empleo, la propagación de nuevas tecnologías y la disminución de los precios, sobre todo para los consumidores más pobres.
Pero una cosa está clara: para que el comercio sea mejor, debe ser más inclusivo. ¿Cómo? Todos los países deben redoblar los esfuerzos por ayudar a las comunidades perjudicadas por los trastornos relacionados con la tecnología y el comercio.
Debemos aumentar la inversión en formación y redes de protección social, de forma que los trabajadores puedan actualizar sus cualificaciones, acceder a empleos de mayor calidad y aumentar sus ingresos.
También debemos fortalecer la cooperación internacional para garantizar que la gente obtenga beneficios en la nueva era del comercio. La reciente «fase uno» del acuerdo comercial entre Estados Unidos y China es un paso importante para reducir las tensiones, aunque solo es un paso. Si queremos desbloquear todo el potencial de los servicios y el comercio electrónico, debemos trabajar juntos para crear un sistema de comercio más moderno.
También es necesario este espíritu de cooperación para garantizar que la integración financiera brinde buenos resultados a la gente. El hecho es que, en las últimas cuatro décadas, los flujos de capitales mundiales han aumentado 13 veces, en comparación con una expansión de 11 veces del comercio mundial [vii].
Esta abundancia de capital ha sustentado las muy necesarias inversiones, sobre todo en economías emergentes y en desarrollo. Pero también ha abierto la puerta a episodios de alta volatilidad de flujos de capital, lo que puede perjudicar la estabilidad financiera y las perspectivas de empresas y hogares.
¿Existe alguna forma óptima de gestionar la volatilidad de flujos de capital? Para muchas economías emergentes, la tarea es desalentadora, ya que existe poco consenso sobre la combinación y el calendario adecuados de las medidas de política.
Consideremos el episodio que se produjo en 2018 de salidas de capitales de los mercados emergentes: Brasil y Malasia emplearon cantidades significativas de reservas de moneda extranjera para sostener sus monedas. Colombia y Sudáfrica apenas intervinieron. Algunos elevaron las tasas de interés, mientras que otros no lo hicieron. En muchos casos, una fuerte intervención mitigó la depreciación, pero no en todos.
Todo esto plantea preguntas, también para el FMI. Nos encontramos ahora en el proceso de revaluar nuestro asesoramiento. Estamos aprendiendo de las distintas experiencias, mejorando nuestro conjunto de instrumentos de política, para poder así ofrecer un asesoramiento más adaptado a nuestros 189 miembros.
La clave es que debemos trabajar mancomunadamente. Nuestra responsabilidad conjunta es contribuir a que el comercio sea más inclusivo y los flujos de capital más seguros. Esta es la manera en que podemos promover una globalización de esperanza, una cultura de solidaridad que va mucho más allá de la economía.
3. Cuidar de nuestra casa común
Esto me lleva al tercer ámbito prioritario: cuidar de nuestra casa común mediante la lucha contra el cambio climático.
Ninguno de los retos económicos a los que nos enfrentamos serán relevantes dentro de 20 años si no abordamos ahora el cambio climático.
Los costos humanos de los desastres vinculados al cambio climático son inconmensurables. Los costos económicos, sin embargo, sí pueden medirse. Solo un ejemplo: los daños del huracán María ascendieron a más del 200% del PIB de Dominica y más del 60% del PIB de Puerto Rico.
Y suelen ser los pobres los más vulnerables a los shocks climáticos. El Banco Mundial estima que, a menos que alteremos la trayectoria climática actual, 100 millones de personas adicionales podrían vivir en extrema pobreza en 2030 [viii].
Así pues, ¿cómo podemos despejar la sombra climática que pesa sobre la humanidad?
Reconozcamos que tenemos que adaptarnos a las nuevas realidades. Para muchos países, esto significa invertir en ámbitos como la protección de las zonas costeras y en una agricultura e infraestructuras más resilientes.
Estos tipos de inversiones pueden rendir un «triple dividendo»: evitar pérdidas futuras, producir beneficios en materia de innovación y generar beneficios sociales. Y los estudios de la Comisión Global para la Adaptación indican que los beneficios de estas inversiones podrían superar con creces sus costos.
Pero la adaptación solo nos llevará hasta cierto punto. Necesitamos también unos esfuerzos mucho mayores para reducir las emisiones de carbono y compensar las que no puedan reducirse. La realidad es que nuestra especie solo puede prosperar si nuestras actividades están en equilibrio con nuestro medio ambiente.
La mejor forma de avanzar es poner un precio al carbono. Países como Chile, Colombia y Sudáfrica han aplicado recientemente impuestos sobre el carbono; y China está a punto de iniciar un régimen de comercio de derechos de emisión. Estas iniciativas animarán a los hogares y las empresas a utilizar menos energía y a optar por combustibles más limpios. Y necesitamos más iniciativas de este tipo.
Estimamos que el precio mundial del carbono deberá aumentar desde USD 2 por tonelada hasta USD 75 por tonelada si queremos mantener el calentamiento global por debajo de 2ºC. Esta transición debe ser justa y favorecer el crecimiento. Por ejemplo, los ingresos procedentes del impuesto sobre el carbono pueden utilizarse para proporcionar asistencia por adelantado a los hogares más pobres, reducir los impuestos onerosos y respaldar inversiones en salud, educación e infraestructura.
Desde luego, la gestión de la transición hacia un mundo sin emisiones de carbono no será fácil. Pensemos en los «activos abandonados», como las reservas de petróleo, carbón y gas, que podrían quedar inutilizadas. Algunas estimaciones sugieren que los costos potenciales de devaluar estos activos se sitúan entre USD 4 billones y USD 20 billones [ix].
El sector financiero deberá tener en cuenta los riesgos de transición, para lo que tendrá que adoptar un enfoque más sostenible, un enfoque que se fundamente en una mejor gestión de riesgos y una visión de más largo plazo.
Normas de divulgación más sólidas pueden ayudar a que los prestamistas y los inversionistas tengan una visión completa. Si aumenta el precio de un préstamo para un proyecto en situación de riesgo, las empresas pueden simplemente decidir que sería mejor dedicar el dinero de ese proyecto a otra cosa.
Lograr finanzas más sostenibles también significa aprovechar nuevas oportunidades: el FMI estima que la transición hacia una economía con bajas emisiones de carbono requerirá inversiones de USD 2,3 billones anuales en el sector energético durante una década [x].
La buena noticia es que los bonos verdes tienen un impacto en la inversión, y muchas otras formas de finanzas sostenibles están creciendo con rapidez. Aunque esto no es suficiente. El sector privado puede hacer más, y estoy convencida de que lo hará en un futuro próximo. ¿Por qué? Porque el precio de la inacción es demasiado alto.
¿Cómo puede contribuir el FMI? Intensificando nuestras actividades en materia de cambio climático, centrando la atención en el impacto macroeconómico. Estamos profundamente comprometidos con el apoyo a los esfuerzos de adaptación y mitigación, a través del asesoramiento de política económica, el apoyo financiero y el fortalecimiento de las capacidades.
Incluiremos pruebas de tensión frente al riesgo climático en los Programas de Evaluación del Sector Financiero (PESF). Instaremos a los países a considerar en mayor medida los factores climáticos a la hora de preparar las estadísticas nacionales. Y trabajaremos con nuestros socios para elaborar normas comunes de divulgación ambiental.
Mediante el aprendizaje mutuo y la aplicación de políticas adecuadas, podemos contribuir a financiar la transición hacia la nueva economía del clima. Nuestros hijos y nietos cuentan con nosotros.
Conclusión
Así pues, ¿cómo son las nuevas prioridades para la economía? Sabemos cuáles son: crecimiento inclusivo, integración mundial justa, acción por el clima. Ahora debemos actuar.
Permítanme concluir con una cita de Leo Tolstoy, quien dijo: «Toda la diversidad, todo el encanto, toda la belleza de la vida está hecha de luces y sombras».
El Papa Francisco nos ha reunido, y espero desde luego con interés nuestros debates sobre cómo podemos despejar las sombras y aportar más luz.