En 2020, el tamaño de la economía de Venezuela bajará otro 10%, pero el de Guayana crecerá un 86%, el mayor salto del PIB en el mundo, que multiplica por catorce el incremento del PIB chino.
Guyana se encuentra en un momento histórico con el comienzo de su producción petrolera, en campos «offshore» cuya soberanía discute la vecina Venezuela. El país, con algo menos de un millón de habitantes, pasará a ser el de mayor producción per cápita del mundo, por delante de Kuwait, y triplicará su PIB en cuatro años, pasando de los actuales 4.000 millones de dólares a 15.000 millones en 2024.
El pasado 20 de diciembre, que el gobierno de Georgetown ya ha declarado «Día Nacional del Petróleo», comenzó a salir el crudo en el primer yacimiento, denominado Liza y situado a unos 190 kilómetros de la costa, a un ritmo de 120.000 barriles diarios. ExxonMobil, que explota el campo junto con la también estadounidense Hess y la china CNOOC, espera obtener unos 2 millones de barriles a lo largo del mes de enero, destinados básicamente a la exportación. La producción de ese Bloque Stabroek podría alcanzar en una segunda fase los 750.000 barriles diarios en 2025.
Empate en 700.000 barriles diarios
Si a ese bloque, que según las prospecciones cuenta con unos 6.000 barriles de petróleo y gas recuperables, se une el posible hallazgo en bloques adyacentes, en los que están perforando otras compañías como Repsol y Total, la producción de Guayana se acercaría al millón de barriles diarios, justo lo que, en horas bajas, está produciendo Venezuela, que en 2019 sacó un promedio de un millón de barriles diarios según el Gobierno venezolano y 792.000 según las fuentes secundarias de la OPEP.
El petróleo de Guyana puede rivalizar con el de Venezuela. No solamente es de una densidad liviana y media y por eso exige menos procesos de destilación, frente al carácter pesado de la mayor parte del crudo venezolano, sino que una vez acabe el embargo establecido por la Casa Blanca a los cargamentos de Pdvsa, las refinerías estadounidenses ya no tendrán necesidad de volver a comprar petróleo venezolano, pues ya estarán adquiriendo el de Guyana.
Disputa territorial
La nueva riqueza de Guyana puede acentuar, sin que sea probable ningún especial conflicto, el tono de las reclamaciones territoriales de Venezuela, que desde que en 1899 un tribunal internacional dio la razón al vecino país en un fallo luego encontrado «nulo e írrito» no ha dejado de reivindicar un espacio que constituye el 70% del territorio del otro Estado. La disputa se refiere tanto al trazado marítimo de las actuales fronteras, a partir del delta del río Orinoco, como al territorio guayanés hasta el río Esequivo, que divide en dos la antigua colonia británica, y su proyección sobre el mar.
De todos modos, con una producción venida abajo –menos de la tercera parte de los 3,2 millones de barriles diarios que producía en 1998 cuando Hugo Chávez ganó por primera vez las elecciones–, el Gobierno venezolano se queda sin argumentos. Antes que reclamar como propio el petróleo que está extrayendo Guyana debería preocuparse en poner al día su propia industria y aumentar de nuevo la producción. Esta se está viendo recientemente afectada por las restricciones impuestas por Washington a las refinerías del Golfo de México para hacer tratos con Pdvsa, pero la caída de la producción viene de antes. De hecho, Caracas está demostrando que puede hacer frente a ese embargo gracias a que Rusia, especialmente a través de su compañía Rosneft, se está encargando de comercializar y transportar el petróleo fuera de la región.
Acentuar la corrupción
Por otra parte, la nueva riqueza de Guyana también podría suponer una mayor cooperación entre los dos países, pues es probable que los grandes ingresos que va a obtener acentúen la corrupción del Gobierno guyanés y facilite el lavado de dinero de negocios ilícitos, como el narcotráfico.
El retraso de las elecciones generales, que el presidente guayanés, David Granger, ha fijado para el 2 de marzo, tiene que ver en parte con el deseo de esperar a contar con los beneficios económicos y de propaganda de la nueva producción petrolera. Eso, además, muestra una debilidad institucional que tristemente la «maldición de los recursos» puede agravar.