“¿Dónde está Mike Pence?”
Esa fue una de las consignas que se coreaba el pasado miércoles entre la multitud de seguidores de Donald Trump que asaltó el Capitolio de Estados Unidos para mostrar su rechazo a la certificación de la elección de Joe Biden como próximo presidente de ese país.
El actual vicepresidente republicano, quien ha sido uno de los funcionarios más leales a Trump, se había convertido de pronto en un traidor a los ojos de la turba.
“Escuché al menos a tres de los amotinados en el Capitolio decir que esperaban encontrar al vicepresidente Mike Pence y ejecutarlo colgándolo de un árbol del Capitolio como un traidor. Era una frase común que estaban repitiendo. Muchos más solamente hablaban sobre cómo el vicepresidente debería ser ejecutado”, relató en su cuenta de Twitter el fotógrafo Jim Bourg, de la agencia Reuters, quien estuvo presente en el lugar.
Y es que poco tiempo antes, ese mismo día, Pence parecía haber cruzado una línea roja al no acceder a la propuesta de Trump de usar su cargo de presidente del Senado (posición que corresponde a todos los que ocupan la vicepresidencia en Estados Unidos) para intentar revertir los resultados de las elecciones presidenciales del 3 de noviembre, que Trump ha tachado de fraudulentas sin aportar pruebas.
Pence ha pasado los últimos cuatro años haciendo malabares para interpretar las propuestas heterodoxas del actual mandatario de una forma tal que encajaran dentro de los cauces legales e institucionales de la política tradicional, al mismo tiempo que evitaba arrojar cualquier tipo de cuestionamiento sobre Trump o sus ideas.
Sin embargo, la petición de intentar revertir los resultados de las elecciones presidenciales era algo estaba más allá de cualquier acto de equilibrismo y, al parecer, ha terminado por abrir una brecha entre el mandatario y su vicepresidente.
Paradójicamente, sin embargo, lo ocurrido el miércoles en el Capitolio ha colocado a Pence en una situación difícil y, al mismo tiempo, lo ha convertido en una figura central para la resolución de la actual crisis política en Estados Unidos.
El juego de la sucesión
Algunos medios estadounidenses han señalado que la apuesta original de Pence era convertirse en el heredero político de Trump y sucederle en 2024, tras haberle acompañado durante ocho años en la Casa Blanca.
Esos planes se habrían visto trastocados evidentemente por la victoria del candidato demócrata Joe Biden en las presidenciales del 3 de noviembre, pero también por la decisión de Trump de no reconocer su derrota.
En aquella noche electoral, Trump ofreció su discurso declarándose ganador de los comicios basándose en conteos parciales y, al mismo tiempo, acusando a los demócratas de querer hacer fraude.
Entonces, cuando le correspondió hablar a Pence, este dijo que creía que iban encaminados al triunfo y que había que estar vigilantes para proteger la integridad de la votación (en un evidente guiño a Trump), pero no hizo ninguna mención expresa del supuesto fraude. Un acto impecable de equilibrismo.
Desde aquel momento, mientras Trump insistía y fracasaba en sus intentos políticos y legales por revertir los resultados electorales, Pence supo mantenerse al margen.
Sin embargo, durante los últimos días el mandatario decidió que el camino para permanecer en la Casa Blanca era que Pence -como presidente del Senado- se negara a certificar los resultados de las votaciones.
Trump colocó a Pence públicamente en una posición comprometida cuando el pasado 5 de enero dijo en un tuit que “el vicepresidente tiene el poder de rechazar los votos (del Colegio Electoral) escogidos fraudulentamente”.
Y, más aún, cuando en el mitin con sus seguidores en Washington el propio 6 de enero dijo estaría decepcionado si Pence no intentaba rechazar algunos de estos votos del Colegio Electoral. “Mike Pence tendrá que ayudarnos”, dijo Trump ante la multitud.
Ese mismo día, poco antes de la sesión, el vicepresidente divulgó una carta al Congreso en la que dejaba claro que no podía acceder a la solicitud del mandatario.
“Mi juicio razonado es que mi juramento de apoyar y defender la Constitución me impide reivindicar una autoridad unilateral para determinar cuáles votos electorales deben ser contados y cuáles no”, escribió Pence haciéndose eco de un criterio ampliamente compartido por los juristas, según el cual el papel del presidente del Senado en la certificación de los votos del Colegio Electoral es meramente ceremonial.
Poco después, Trump enfilaría las baterías en su contra en uno de los últimos mensajes que pudo publicar antes de que Twitter le suspendiera su cuenta:
“Mike Pence no tuvo el valor de hacer lo que debió haber sido hecho para proteger nuestro país y nuestra Constitución, dándole a los estados una oportunidad para certificar una serie de datos corregidos y no los imprecisos y fraudulentos que previamente se les pidió certificar. Estados Unidos exige la verdad”, escribió.
Pence, fiel de la balanza
Tras el asalto del Capitolio por parte de los seguidores de Trump, muchos han responsabilizado al mandatario por lo ocurrido y han ido creciendo las voces que piden que sea removido del poder sin que se le permita completar los escasos 11 días que le quedan en la Casa Blanca.
Esta circunstancia, paradójicamente, convierte a Pence en la figura política clave del momento. Esto se debe no solamente al hecho de que él sería el responsable de asumir las riendas del gobierno si Trump es destituido, sino además porque uno de los mecanismos para esa remoción pasa directamente por las manos del vicepresidente: la Enmienda 25 de la Constitución de Estados Unidos.
Esta disposición fue establecida en la década de 1960, después de la muerte de John F. Kennedy, para regular la sucesión presidencial en caso de que el presidente quede incapacitado para ocupar el cargo.
Esta norma contempla un escenario en el cual el mandatario no está capacitado para cumplir con su deber pero tampoco quiere renunciar. Entonces, el vicepresidente y una mayoría del gabinete pueden declarar que el mandatario no puede ejercer su cargo y, así, removerlo.
Sin embargo, Trump podría objetar su remoción. En ese caso, el vicepresidente y el gabinete podrían dejarlo en el poder o insistir en su remoción, lo que obligaría a que el caso pase al Congreso, donde para ser aprobado requiere el voto afirmativo de dos tercios de ambas cámaras.
El líder del Partido Demócrata en el Senado, Chuck Schumer, ha dicho que Pence debería invocar esta enmienda para desalojar a Trump del poder.
Esta posibilidad, sin embargo, entraña para Pence el riesgo de terminar alejando definitivamente a las fieles y movilizadas bases de Trump que aspiraba a heredar.
Según Schumer, si el vicepresidente no actúa, el Congreso podría iniciar los trámites para un impeachment en contra del mandatario.
“Lo que ocurrió en el Capitolio fue una insurrección en contra de Estados Unidos, incitada por el presidente. Este presidente no debe permanecer en su cargo ni un día más”, dijo el dirigente demócrata.
Entre finales de 2019 e inicios de 2020, Trump ya fue sometido a un juicio político de este tipo del que salió absuelto gracias a los votos de los republicanos en el Senado y, pese a todo, no está claro que un nuevo intento vaya a resultar exitoso.
Pero, si eso ocurriera, entonces el hombre encargado de entregarle el poder a Joe Biden el próximo 20 de enero sería nadie menos que un presidente de mandato muy breve llamado Mike Pence.
BBC News Mundo