Eso fue el 27 de febrero. Menos de 10 días después, cuando el conteo llegó a 5883 infecciones y 233 muertes, el jefe del partido, Nicola Zingaretti, publicó un nuevo video, esta vez para informarle a Italia que él también tenía el virus.
Ahora Italia tiene más de 53.000 infecciones registradas y más de 4800 muertes, y el ritmo de contagio se sigue acelerando, pues más de la mitad de los casos y fallecimientos se registraron la semana pasada. El sábado, los funcionarios reportaron 793 muertes más, el incremento más grande que se ha visto en un solo día hasta el momento. Italia ha superado a China como el país con el mayor número de víctimas, lo cual lo convierte en el epicentro de una pandemia en movimiento.
El gobierno ha desplegado al Ejército a fin de imponer un cierre de emergencia en Lombardía, la región al norte de la nación que está al centro del brote, donde se han acumulado cuerpos en las iglesias. La noche del viernes, las autoridades reforzaron el bloqueo nacional con el cierre de parques y la prohibición de actividades al aire libre, como salir a caminar o correr lejos de casa.
La noche del sábado, el presidente del Consejo de Ministros, Giuseppe Conte, anunció otra medida drástica en respuesta a lo que llamó la crisis más difícil que ha enfrentado el país desde la Segunda Guerra Mundial: Italia cerrará sus fábricas y todas las líneas de producción que no sean indispensables, un enorme sacrificio económico que pretende contener el virus y proteger vidas humanas.
“El Estado está aquí”, dijo Conte en un esfuerzo por tranquilizar a la ciudadanía.
La tragedia de Italia ahora destaca como una advertencia para sus vecinos europeos y Estados Unidos, donde el virus se está propagando con la misma velocidad. Si algo podemos aprender de la experiencia de Italia es que las medidas de aislamiento de áreas afectadas y restricción al movimiento de la población en general tienen que implementarse de inmediato, con absoluta claridad, y cumplirse de manera rigurosa.ç
Si bien ahora han establecido algunas de las medidas más estrictas en el mundo, las autoridades italianas no emprendieron muchas de esas acciones a tiempo durante el contagio, cuando era más apremiante, en aras de preservar las libertades civiles al igual que la economía.
Los intentos graduales de Italia para frenar la propagación —primero mediante el aislamiento de localidades, luego de regiones y, a la postre, del país, en un bloqueo deliberadamente poroso— siempre estuvieron rezagados respecto de la trayectoria letal del virus.
“Ahora lo estamos persiguiendo”, dijo Sandra Zampa, subsecretaria del Ministerio de Salud, quien comentó que Italia hizo lo mejor que pudo con la información que tenía. “Hicimos cierres graduales, así como lo está haciendo toda Europa. Francia, España, Alemania y Estados Unidos están haciendo lo mismo. Cada día bloqueamos otro poco, renunciamos a una parte de la vida normal. Porque este virus no permite que llevemos una vida normal”.
Algunos funcionarios se dejaron llevar por pensamientos mágicos, y fueron reacios a tomar decisiones difíciles antes. Mientras tanto, el virus se alimentaba de esa autocomplacencia.
Otros gobiernos más allá de Italia ahora corren el riesgo de seguir sus pasos, repetir sus mismos errores y engendrar una catástrofe parecida. Y, a diferencia de Italia, que tuvo que adentrarse en un territorio desconocido para una democracia occidental, esos gobiernos no tienen tantos pretextos para justificarse.
Por su lado, los funcionarios italianos han defendido su respuesta, enfatizando que esta crisis no tiene precedentes en la era moderna. Afirman que el gobierno respondió con celeridad y capacidad, pues de inmediato llevó a la práctica los consejos de sus científicos y tomó medidas drásticas y económicamente devastadoras con más rapidez que sus contrapartes europeas.
Sin embargo, al analizar el registro de sus acciones sobresalen oportunidades desperdiciadas y tropiezos cruciales.
En los críticos primeros días del brote, Conte y otros altos funcionarios quisieron restarle importancia a la amenaza, lo cual creó confusión y una falsa sensación de seguridad que permitieron que el virus se propagara.
Atribuyeron la elevada cifra de infecciones en Italia a las pruebas diagnósticas excesivas de gente que no tenía síntomas en el norte, lo cual, según ellos, solo infundió el pánico y dañó la imagen del país en el extranjero.
Incluso cuando el gobierno italiano llegó a la conclusión de que un cierre universal era necesario para combatir el virus, no comunicó la amenaza con la vehemencia suficiente como para persuadir a los italianos de apegarse a las reglas, las cuales parecían estar plagadas de escapatorias.
“No es sencillo hacer esto en una democracia liberal”, explicó Walter Ricciardi, miembro del consejo administrativo de la Organización Mundial de la Salud y consejero principal del Ministerio de Salud, quien arguyó que el gobierno italiano actuó conforme a la evidencia científica que estaba a su disposición.
Dijo que el gobierno italiano se había movido con más velocidad y tomó la amenaza mucho más en serio que sus vecinos europeos o Estados Unidos.
Sin embargo, reconoció que el ministro de Salud había batallado para convencer a sus colegas del gobierno de que se movieran más rápidamente y que las dificultades de navegar la división de poderes de Italia entre Roma y las regiones resultaron en una cadena de mando fragmentada y mensajes inconsistentes.
“En tiempos de guerra, como una epidemia”, ese sistema presentaba graves problemas, dijo, y agregó que tal vez retrasó la imposición de medidas restrictivas.
“Los hubiera hecho 10 días antes, esa es la única diferencia”.
Eso nunca podría pasar aquí
En el caso del coronavirus, 10 días pueden ser una vida entera.
El 21 de enero, mientras los altos funcionarios chinos advertían que quien escondiera casos de infección del virus “quedará eternamente clavado al pilar de la vergüenza histórica”, el ministro de Cultura y Turismo de Italia recibió a una delegación china para un concierto en la Academia Nacional de Santa Cecilia que conmemoraba la inauguración del Año de Cultura y Turismo China-Italia.
Michele Geraci, el exsubsecretario del Ministerio de Desarrollo Económico de Italia y potenciador de las relaciones más estrechas con China, compartió un trago con otros políticos, pero miró a su alrededor con preocupación.
“¿En serio queremos hacer esto?”, dice que les preguntó. “¿Deberíamos estar aquí hoy?”.
En retrospectiva, la respuesta de los funcionarios italianos sin duda es no.
Zampa, la actual subsecretaria del Ministerio de Salud, dijo que ahora se da cuenta de que debió haber cerrado todo de inmediato. Pero en aquel momento, la decisión no era tan evidente.
A los políticos de todas las ideologías les preocupaba la economía y alimentar al país, y les costaba admitir su vulnerabilidad ante el virus.
Lo más importante, a decir de Zampa, es que Italia veía el ejemplo de China, no como una advertencia práctica, sino como una “película de ciencia ficción que no tenía nada que ver con nosotros”. Y cuando brotó el virus, Europa “nos miró de la misma forma en que nosotros veíamos a China”.
Sin embargo, en enero, algunos funcionarios de derecha ya estaban instando a Conte, su exaliado y ahora adversario político, para que pusiera en cuarentena a los niños en edad escolar que estaban llegando a las regiones del norte de sus vacaciones en China, una medida que pretendía proteger las escuelas. Muchos de esos niños eran de familias de inmigrantes chinos.
Muchos liberales criticaron la propuesta, tildándola de alarmismo populista. Conte rechazó la propuesta y respondió que los gobernadores del norte debían confiar en el criterio de las autoridades de educación y de salud, quienes, dijo, no propusieron tal cosa.
No obstante, Conte también demostró que estaba tomando en serio la amenaza del contagio. El 30 de enero, interrumpió todos los vuelos desde y hacia China.
“Somos el primer país en Europa que ha adoptado una medida de precaución como esta”, afirmó.
En el transcurso del mes pasado, Italia respondió a las amenazas del coronavirus a toda prisa. Dos turistas chinos enfermos y un italiano que había regresado de China fueron tratados en un destacado hospital para enfermedades infecciosas en Roma. Una falsa alarma hizo que las autoridades confinaran a los pasajeros de un crucero que atracó a las afueras de Roma.
‘Paciente uno’: un superpropagador
El 18 de febrero, cuando un hombre de 38 años llegó a la sala de emergencias de un hospital en Codogno, una pequeña localidad en la provincia de Lodi en Lombardía, con síntomas graves de influenza, el caso no fue motivo de alarma.
El paciente se rehusó a internarse en el hospital y se fue a casa. Su condición empeoró, a las pocas horas regresó al hospital y fue ingresado en el área de medicina general. El 20 de febrero, lo enviaron a cuidados intensivos, donde dio positivo en su prueba del virus.
El hombre, quien se dio a conocer como el “paciente uno”, había tenido un mes muy ocupado. Estuvo presente en al menos tres cenas, jugó futbol y participó en una carrera con un equipo, todo esto lo hizo al parecer en un estado contagioso sin manifestar síntomas graves.
Ricciardi afirmó que Italia había tenido la mala suerte de tener a un superpropagador en un área densamente poblada y dinámica que además acudió al hospital no una, sino dos veces, por lo que contagió a cientos de personas, entre ellas médicos y enfermeros.
“Estuvo sumamente activo”, dijo Ricciardi.
Pero tampoco había tenido ningún contacto directo con China, y los expertos sospechan que contrajo el virus de otro habitante europeo, lo cual quería decir que Italia no tenía un paciente cero que se pudiera identificar ni una fuente de contagio que se pudiera rastrear para ayudar a contener el virus.
A estas alturas, el virus ya había estado activo en Italia durante semanas, según los expertos, y fue transmitido por personas que no tenían síntomas y a menudo lo confundían con una gripe. Se esparció por toda Lombardía, la región italiana que más comercia con China y que también contiene a Milán, la ciudad más dinámica del país en cuanto a cultura y negocios.
“Aquel a quien llamamos ‘paciente uno’ seguramente era el ‘paciente 200’”, comentó el epidemiólogo Fabrizio Pregliasco.
El domingo 23 de febrero, se registraron más de 130 infecciones, por lo que Italia acordonó once localidades con puestos de control militares y policiales. Los últimos días del Carnaval de Venecia fueron cancelados. En la región de Lombardía, cerraron las escuelas, los museos y los cines. Los milaneses hicieron compras de pánico en los supermercados.
Sin embargo, aunque Conte elogió de nuevo a Italia por su mano dura, también buscó restarle importancia al contagio, pues atribuyó las altas cifras de infección a las pruebas excesivas en Lombardía.
“Hemos sido los primeros en implementar medidas de control muy rigurosas y precisas”, declaró en un discurso para la nación. “Tenemos más casos de infección porque hicimos más pruebas”.
Al día siguiente, la cifra rebasó las 200 infecciones, murieron siete personas y el mercado bursátil se desplomó. Conte y sus asesores de salud redoblaron los esfuerzos.
Culpó al hospital de Codogno por la propagación, diciendo que había manejado las cosas de una “manera no completamente adecuada” y argumentó que Lombardía y Véneto, otra región del norte, estaban exagerando la gravedad del problema al desviarse de las pautas globales y evaluar a personas que no presentaban síntomas.
Mientras los funcionarios de Lombardía luchaban por liberar las camas de los hospitales, y el número de personas infectadas aumentó a 309 con 11 muertos, Conte dijo el 25 de febrero que “Italia es un país seguro y probablemente más seguro que muchos otros”.
El viernes, la oficina de Conte ofreció una entrevista con la condición de que pudiera responder preguntas por escrito. Cuando se le enviaron preguntas, incluidas aquellas sobre sus declaraciones pasadas, se negó a responder.
Los mensajes contradictorios siembran confusión
El consuelo que daban los líderes confundía más a la población italiana.
El 27 de febrero, Zingaretti publicó su fotografía del aperitivo. Ese mismo día, el ministro de Relaciones Exteriores del país, Luigi Di Maio, exdirigente de uno de los partidos gobernantes, el Movimiento Cinco Estrellas, sostuvo una rueda de prensa en Roma.
“En Italia, pasamos del riesgo de epidemia a una ‘infodemia’”, declaró Di Maio, para luego desacreditar la cobertura mediática que realzó la amenaza del contagio, y agregó que solo “el 0,089 por ciento” de la población italiana estaba en cuarentena.
En Milán, a unos pocos kilómetros del epicentro del brote, el alcalde, Beppe Sala, publicitó una campaña de “Milán no se detiene”, y reabrió el Duomo, la histórica catedral de la ciudad que atrae a turistas de todo el mundo. La gente salió de sus casas.
No obstante, en el sexto piso de la sede del gobierno regional en Milán, Giacomo Grasselli, coordinador de las unidades de cuidados intensivos en toda Lombardía, vio que las cifras aumentaban y pronto se dio cuenta de que sería imposible atender a todos los enfermos si no frenaban las infecciones.
Su equipo especial de trabajo se movilizó para enviar a los enfermos a unidades de cuidados intensivos en los hospitales más cercanos y abastecer los recursos necesarios faltantes. En una de sus juntas diarias con unos 20 funcionarios políticos y de salud, Grasselli le informó al presidente de Lombardía, Attilio Fontana, sobre las cifras crecientes.
Un epidemiólogo les mostró las curvas de infección. El respetado sistema de salud de la región estaba frente a una catástrofe. “Necesitamos hacer algo más”, declaró Grasselli ante los presentes.
El gobierno empezó a proporcionar más asistencia económica, a la que después sumó un paquete de ayuda de 25.000 millones de euros (28.000 millones de dólares), pero la nación se dividió entre los que reconocían la amenaza y los que no.
Zampa dijo que fue más o menos en ese momento que el gobierno se enteró de que las infecciones en el poblado de Vò, el epicentro del virus en la región de Véneto, no tenían ningún vínculo epidemiológico con el brote de Codogno.
También comentó que el ministro de Salud, Speranza, y Conte deliberaron al respecto y ese mismo día decidieron cerrar gran parte del norte de la nación.
En una conferencia de prensa sorpresa a las dos de la mañana del 8 de marzo, cuando 7375 personas ya habían dado positivo en las pruebas de coronavirus y 366 habían fallecido, Conte anunció la medida extraordinaria de restringir el movimiento de aproximadamente una cuarta parte de la población italiana en las regiones del norte que representan el motor económico del país.
“Estamos frente a una emergencia”, declaró Conte en ese momento. “Una emergencia nacional”.
Un borrador del decreto, filtrado a los medios de comunicación italianos el sábado por la noche, empujó a muchos residentes de Milán a apresurarse a la estación de trenes en multitudes e intentar abandonar la región, causando lo que muchos consideraron más tarde una peligrosa ola de contagio hacia el sur.
Sin embargo, al día siguiente, la mayoría de los italianos todavía estaban confundidos sobre la gravedad de las restricciones.
Para aclarar el problema, el Ministerio del Interior emitió formularios de “autocertificación” que permitirían a las personas viajar dentro y fuera del área cerrada por trabajo, salud u “otras” necesidades.
Mientras tanto, de manera independiente, algunos gobernadores ordenaron que la gente que llegara de las zonas recién bloqueadas se pusiera en cuarentena. Otros no lo hicieron.
Las restricciones más extensas en Lombardía también acabaron, en la práctica, con la cuarentena en Codogno y otras localidades de la “zona roja” vinculadas con el brote original. Los puestos de control desaparecieron. Los alcaldes locales se quejaron de que sus sacrificios habían sido para nada.
Un día después, el 9 de marzo, cuando los casos positivos escalaron a 9172 y el total de muertes se disparó a 463, Conte endureció las restricciones y las extendió a todo el territorio nacional.
Pero para entonces, según los expertos, ya era demasiado tarde.
Experimentos locales
Italia sigue pagando el precio de esos primeros mensajes contradictorios de científicos y políticos. La gente que ha muerto recientemente en asombrosas cantidades —más de 2300 en los últimos cuatro días— se infectaron en su mayoría durante la confusión de hace una o dos semanas.
Roberto Burioni, un destacado virólogo de la Universidad San Raffaele de Milán, dijo que la gente se había sentido segura para seguir con sus rutinas habituales y atribuyó el aumento en los casos la semana pasada a “ese comportamiento”.
El gobierno ha instado a la unidad nacional en la obediencia a sus medidas restrictivas. Pero el sábado, cientos de alcaldes de las zonas más afectadas dijeron al gobierno que esas medidas eran fatalmente insuficientes.
Los líderes del norte están desesperados por que el gobierno tome medidas enérgicas más duras.
El viernes, Fontana se quejó de que las 114 tropas desplegadas por el gobierno eran insignificantes y que deberían enviar al menos mil. El sábado cerró oficinas públicas, sitios de trabajo y prohibió correr. Dijo en una entrevista que el gobierno necesitaba dejar de jugar y “aplicar medidas rígidas”.
“Pienso que si hubiéramos cerrado todo al principio durante dos semanas probablemente ahora estaríamos cantando victoria”, dijo
Su aliado político, Lucca Zaia, presidente de la región Veneto, se adelantó al gobierno nacional con sus propias restricciones y dijo que Roma necesitaba imponer “un aislamiento más drástico” que incluyera el cierre de todas las tiendas y la prohibición de actividades públicas que no sean ir al trabajo.
“Los paseos a pie deberían prohibirse”, dijo.
Zaia tiene algo de credibilidad en el tema.
Mientras que las nuevas infecciones han proliferado en todo el país, han disminuido significativamente en Vò, una ciudad de aproximadamente 3000 personas que fue una de las primeras en cuarentena y que tuvo la primera muerte por coronavirus del país.
Algunos expertos gubernamentales atribuyeron ese cambio a la estricta cuarentena que había estado vigente durante dos semanas. Pero Zaia también ordenó que allí se realizaran pruebas generalizadas, en un desafío a las directrices científicas internacionales y al gobierno nacional. El gobierno ha argumentado que evaluar a las personas sin síntomas es un desperdicio de recursos.
“Al menos esto reduce la velocidad del virus”, dijo Zaia, argumentando que las pruebas ayudaron a identificar personas asintomáticas potencialmente contagiosas. “Y reducir la velocidad del virus le da un respiro a los hospitales”.
Si no, la abrumadora cantidad de pacientes afectaría los sistemas de atención médica y causaría una catástrofe nacional.
Los estadounidenses y otros, dijo “necesitan estar listos”.